En los primeros días de abril de 1811, José Gervasio Artigas desembarcó en la costa de Paysandú, se incorporó al contingente revolucionario y tras tomar el mando, instaló su cuartel general en Mercedes (Soriano). El pueblo oriental en pleno, conformado por quienes habían reconocido a Artigas y se oponían a la autoridad de los “godos”, que era como llamaban a los españoles, se levantó en armas para luchar por la libertad.
La primera acción revolucionaria fue el “Grito de Asencio”, el 28 de febrero de 1811, encabezada por Pedro José Viera y Venancio Benavídez, a orillas del arroyo Asencio (Soriano), episodio que se considera el comienzo de la Revolución Oriental. No faltaba mucho tiempo para que se concretara en mayo el triunfo de las acciones emprendidas. Artigas expresaba sus anhelos referentes a la libertad de los pueblos en frases como: “La causa de los pueblos no admite, señores, la menor demora”.
Artigas reunió de a poco las partidas sueltas de patriotas que se levantaban por todas partes, a fin de poder atacar a los españoles. Tres columnas de soldados orientales partieron desde diversos puntos del territorio. La primera de ellas al mando de José Artigas, salió de Mercedes. En segundo lugar partió Venancio Benavídez, y una tercera columna -dirigida por Manuel Francisco Artigas- salió desde Maldonado.
Al enterarse del plan, los españoles saquearon la estancia de Artigas, en el Sauce, de la cual arrebataron unas mil cabezas de ganado que fueron despachadas hacia Montevideo. Los patriotas comenzaron su avance sobre Montevideo y, a medida que marchaban, lucharon y triunfaron en varios pueblos como San José y Colonia.
El virrey de Montevideo, Francisco Javier de Elío, al saber el avance de sus contrarios, envió al capitán de fragata José Posadas, al mando de un ejército de más de 1.200 hombres, quién se dirigió a Las Piedras con sus soldados para esperar al ejército de Artigas. Los dos ejércitos eran muy diferentes.
Uno de ellos con el tiempo se llamó “Ejército Nuevo”, nombre que consagró Agustín Verazza entre los historiadores uruguayos, que aludía a la unión de fuerzas voluntarias muy diversas y que provenían de diferentes orígenes. Con Artigas había muchísimos blandengues que se habían pasado, pero también lo que se llamaba el “vecinaje alzado”, personas que se levantaban en armas.
También hubo tres grupos de soldados (blandengues) que integraban el ejército español y se pasaron a favor de los criollos en plena batalla. Uno fue la caballería al mando de Rosales. Por otra parte, hubo un alférez que apellidado Tort se pasó con los veinte soldados a su cargo, y el tercer grupo estaba compuesto por 135 presidiarios que estaban recluidos en la Ciudadela y les ofrecieron: “siguen presos o se animan a ir a pelear”. Eligieron ir a pelear, y después cambiaron de bando.
El 18 de mayo, a las 11 de la mañana, comenzó la batalla. Los realistas pelearon hasta casi la puesta del sol, pero a pesar de sus esfuerzos, fueron derrotados por los orientales y obligados a rendirse. Las fuerzas artiguistas avanzaron en una primera instancia sobre los españoles y, luego de un tiroteo, Posadas y sus hombres retrocedieron hasta una zona elevada. Se diría que estaban ahora en ventaja.
Artigas avanzó entonces hacia la posición española por la izquierda con la columna oriental de caballería al mando de Antonio Pérez y, por la derecha, la columna comandada por Juan de León. En ese momento ordenó a la columna de su hermano, Manuel Francisco Artigas, que cercara a los españoles por la retaguardia. De esta manera, Posadas y su ejército quedaron encerrados y se rindieron.
La actitud de Artigas al finalizar el combate fue tolerante y compasiva. Artigas envió al padre Valentín Gómez, capellán voluntario del ejército revolucionario a recoger el sable que -como señal de rendición- Posadas había clavado en el piso y a dar auxilio a los heridos. Artigas enunció entonces una de sus frases más recordadas: “Clemencia para los vencidos, curad a los heridos, respetad a los prisioneros”.